La Tierra de Nadie es un páramo yermo azotado por tormentas de polvo. La vegetación es escasa, ya que el suelo está envenenado. Este desolado paisaje, lleno de derrelictos mecánicos, fue antaño el campo de batalla de una guerra apocalíptica. Gargantas y cañones rocosos se alternan con cráteres causados por explosiones arcanas y los restos de fortificaciones en ruinas.
Cuando llueve, el terreno se transforma en un inmenso barrizal, y torrentes de agua tóxica fluyen por los cauces de ríos secos y antiguas trincheras. Si el polvo y el barro no logran matarte, lo harán las bestias creadas por la alquimia hermética del Dios-Rey, descendientes de sus temibles quimeras de guerra, o los desquiciados autómatas de la Pentápolis que deambulan sin rumbo, cumpliendo órdenes sin sentido dictadas por comandantes muertos hace siglos.
A pesar de las duras condiciones de vida, un pueblo de clanes nómadas ha convertido la Tierra de Nadie en su hogar: los Jinetes de Óxido. Estos supervivientes han sustituido los caballos de sus antepasados de la estepa por monturas mecánicas que desafían el terreno hostil. Nadie conoce mejor que ellos los secretos para moverse y sobrevivir en estas tierras malditas.
En la Tierra de Nadie yacen ocultos arsenales enterrados, tumbas de guerreros caídos y bóvedas selladas repletas de secretos olvidados. Entre los huesos de inmensas quimeras de guerra y los restos de legendarios colosos de hierro y bronce, los más osados pueden encontrar maravillas inimaginables.
Sin embargo, la verdadera riqueza de esta región reside en sus rutas comerciales. Por los antiguos caminos, reabiertos tras siglos de abandono, circulan las caravanas de la nueva Ruta del Ámbar, cargadas de promesas de fortuna. Solo los valientes, dispuestos a desafiar los peligros de la Tierra de Nadie, podrán reclamar la recompensa que les espera.
Moloch
La mayor de las ciudades-estado de la Pentápolis, y la más poblada de la Tierra de Nadie. Tras la Gran Guerra, una revolución puso fin a un largo linaje de reyes crueles. Los hijos de la nobleza fueron vendidos como esclavos, y en su lugar se instauró un régimen de terror cimentado en un rígido sistema de ciudadanía. Ahora, la misma casta de eunucos que antaño asesoraba a la realeza controla el intrincado infierno burocrático de Moloch, haciendo girar los engranajes de esta despiadada urbe.
Las religiones foráneas siempre fueron perseguidas bajo el dominio de los antiguos monarcas, quienes exigían adoración exclusiva hacia ellos mismos. Tras la revolución, todos los cultos fueron prohibidos, y las cientos de estatuas de los antiguos reyes fueron decapitadas. Solo una excepción permanece intacta: la imponente estatua de Xargonas, el mítico fundador de la ciudad, cuya sombra sigue dominando el horizonte de Moloch.
A sus pies, iluminados por el resplandor infernal de los hornos eternamente encendidos, miles de comerciantes ejercen su oficio, mientras enjambres de escribas compiten por explotar las leyes injustas y a menudo contradictorias en beneficio de sus clientes. Este es el verdadero corazón de la ciudad: el Gran Bazar, el más grande de los mercados de las tierras de Ultramar. Aquí, el ámbar, el opio y los esclavos fluyen sin cesar. A su alrededor se alzan enormes fundiciones, donde herreros y esclavos forjan día y noche autómatas y máquinas de guerra, aunque muchos conocimientos se han perdido o permanecen como secretos celosamente guardados por unos pocos maestros artífices.
La Cárcava Putrescente
Aquí tuvo lugar la gran batalla final. Los titanes acorazados de la Pentápolis se enfrentaron a los ejércitos de ur-ghulam y a las quimeras de guerra del reino hermético, comandados por el mismísimo Dios-Rey. Su inmenso cadáver, sepultado en este lugar, se ha convertido en el centro de una malsana simbiosis: de su carne podrida pero inmortal han brotado incontables hongos y formas de vida carroñera.
Aunque el Dios-Rey no deja de regenerarse, el veneno que los dragones de hierro de Baal han escupido sobre él sin descanso durante siglos le impiden volver a la vida. Sin embargo, se dice que solo queda uno de estos legendarios autómatas en funcionamiento, luchando por contener el resurgir de este antiguo tirano.
En torno a la putrescencia se extiende un vasto lodazal, uno de los pocos lugares de la Tierra de Nadie donde la vida prospera con abundancia. Aquí, un clan de Jinetes de Óxido, montados en ágiles zancudos mecánicos, pescan en el fango para comerciar con la carne de las monstruosidades que atrapan.
Tzor
La ciudad portuaria de Tzor es célebre por sus renombradas escuelas de filosofía, sus prostitutas sagradas, sus fosos de lucha y el imponente zigurat dedicado a Allatum, la diosa patrona de la urbe. Esta ciudad, un lugar de contrastes entre el conocimiento y el hedonismo, también destaca por la fabricación de su preciada púrpura, un lujoso tinte elaborado a partir de caracoles de mar gigantes, criaturas carnívoras que infestan sus costas. Este exclusivo artículo es altamente codiciado por las clases altas de todas partes, lo que convierte a Tzor en un centro comercial clave a pesar de su decadencia.
Tzor tiene además una peculiaridad única: los cuerpos de todos aquellos que fallecen dentro de sus muros, ya sean habitantes o extranjeros, son considerados propiedad de la diosa Allatum. Al caer la noche, los misteriosos sacerdotes enmascarados de la diosa recorren las calles para recoger los cadáveres y transportarlos a las profundidades de su templo. Lo que sucede en las entrañas del zigurat permanece envuelto en misterio, alimentando los rumores sobre oscuros rituales en honor a la diosa.
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