Samarkán
Durante el Retorcimiento del Mundo, el Sabio del Engranaje y sus discípulos inmortales erigieron el Santo Pilar de Samarkán, una estructura monumental que trasciende lo meramente humano. Este lugar sagrado en las montañas es un punto de peregrinación para los Jinetes de Óxido. Cada año, durante un festival celebrado a los pies del Pilar, un mar de yurtas y cabañas ambulantes se extiende, formando un campamento multitudinario donde se comercia, se forjan alianzas, se resuelven disputas y se realizan rituales ancestrales.
Sin embargo, no todos pueden ascender a la misteriosa ciudadela que corona el Santo Pilar. Solo los chamanes de óxido, guías espirituales y guardianes de secretos, y los sacrificios voluntarios destinados al Motor de Odio tienen permiso para cruzar sus límites. El Motor de Odio, un dios-eldritch esclavizado, venerado y temido a partes iguales, es el corazón oscuro de Samarkán. Es tanto una maldición que debe ser aplacada como una bendición de visión y poder.
Desde el Retorcimiento del Mundo, no se ha visto a ningún estilita de Samarkán descender del Pilar. Sin embargo, los chamanes de óxido son considerados sus ojos y oídos en el mundo de abajo, figuras enigmáticas que guardan los secretos del pasado y el futuro.
Baal
La orgullosa ciudad-estado de Baal fue la punta de lanza de los ejércitos de la Pentápolis. Durante los largos años de la Gran Guerra, cuando los soldados escasearon y sus creaciones mecánicas ya no bastaban para alcanzar la victoria, sus líderes recurrieron a una solución desesperada: enviar a la batalla a sus propios muertos, fusionando ciencia arcana con artes oscuras.
Baal está edificada sobre un legado milenario. Bajo sus calles se extiende la Necrópolis, un intrincado laberinto subterráneo compuesto por ruinas y mausoleos de épocas pretéritas. Estas profundidades, de dimensiones desconocidas, han alimentado durante siglos las prácticas necromecánicas que caracterizan a la ciudad.
Hoy en día, pocos habitantes permanecen vivos o en su sano juicio. Sin embargo, Baal sigue en pie, protegida por defensas aún funcionales. Aunque la guerra terminó hace mucho tiempo, la ciudad no ha dejado de vomitar horrores necromecánicos, ecos de su pasado bélico que recorren sus fronteras y el vasto laberinto bajo su superficie.
Zebub
Zebub fue la más espléndida y rica de las ciudades-estado de la Pentápolis, y el primer obstáculo para las ambiciones del Dios-Rey. Aunque carecía de grandes ejércitos, sus maestros alquimistas eran los más renombrados del mundo conocido. Durante un prolongado asedio, una explosión de inimaginable potencia sacudió sus cimientos, agrietó la tierra y abrió un abismo que conduce al inframundo. Se dice que, en lo más profundo, aún descansan las ruinas de lo que alguna vez fue la ciudad más hermosa del mundo.
En la actualidad, un pequeño asentamiento de buscadores de ámbar se ha establecido al borde del abismo para aprovechar esta ruta directa hacia las profundidades.
La Ciudad sin Nombre
La última de las ciudades-estado de la Pentápolis. Fue conquistada hace siglos por caballeros sacros y era la sede del trono del Rey Olvidado. Todo el mundo conoce la leyenda que relata como profanó el templo de un dios antiguo, desatando la maldición del Mar Desecrado.
Hoy en día, la Ciudad sin Nombre no es más que un laberinto ruinoso de iglesias enterradas y estatuas de sal. Sin embargo, en tiempos recientes, un asentamiento de recolectores de sal ha comenzado a prosperar en los arrabales extramuros, impulsado por la llegada de mercenarios y aventureros atraídos por la leyenda del Cantigaster y los tesoros sepultados bajo las ruinas de la urbe.
La Fortaleza Rodante
Un verdadero acorazado terrestre, la joya de la corona de la Pentápolis, que ha recorrido la Tierra de Nadie sin descanso en los últimos siglos. En los niveles exteriores habitan dos clanes enfrentados de Jinetes de Óxido, que luchan por el control de la Fortaleza Rodante. En los niveles interiores, en gran parte inexplorados, aún permanecen toda clase de centinelas y trampas activas que han impedido, hasta ahora, llegar al trono de mando.
A pesar de estas disputas, la Fortaleza Rodante es un refugio y un enclave comercial itinerante muy apreciado por los viajeros de la Tierra de Nadie.
Gran Mancha Prismática
En el centro de la Tierra de Nadie se encuentra la región más peligrosa de todas. Las manchas prismáticas son lugares donde la realidad está rota. Son paisajes de pesadilla, siempre cambiantes, en los que las cosas vivas e inanimadas pueden ser transmutadas de forma extrema. Estas fracturas en la realidad normalmente no superan algunos acres: ¡pero la Gran Mancha Prismática se extiende por cientos de leguas!
Las refracciones dimensionales en la Gran Mancha son tan intensas que pueden manifestarse más allá de sus límites, en cualquier lugar de la Tierra de Nadie. A este fenómeno se le conoce como tormenta prismática, y es muy temido por los viajeros. Si no fuera por los petroglifos protectores de los caravasares y de los mojones de piedra que marcan los caminos, el tránsito de caravanas por la Tierra de Nadie sería imposible.
Los eruditos no se ponen de acuerdo sobre la naturaleza de la Gran Mancha Prismática. Algunos afirman que se remonta al Retorcimiento del Mundo. Otros sostienen que data de la Era Oscura, en la época de los reyes-brujos, antes de la fundación de la Pentápolis. Finalmente, los más heterodoxos sostienen que en el pasado era mucho más pequeña y que su tamaño ha ido aumentando... año tras año, siglo tras siglo, hasta que llegue el día en que devore al mundo entero.
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